Con un sonido donde el Tex-mex y el Spaghetti Western cobran especial preminencia, Molina y Los Cósmicos proponen una de las búsquedas más originales dentro de la escena uruguaya contemporánea – búsqueda que ya los ha conducido a festivales en los Estados Unidos, y a girar extensivamente por Brasil.
Con motivo de la edición de su nuevo disco (“El Folk De La Frontera”), los liderados por Nicolás Molina se presentan el próximo 18 de junio en La Trastienda, en un evento planteado como una introducción general a su obra.
Conversamos con Nicolás sobre esta presentación, definida por él mismo como el desafío más grande que enfrentará la banda este año.
–La primera gran curiosidad que me surge frente a tu material es cómo un disco de la frontera puede terminar teniendo un carácter tan transfronterizo…
–Es que en realidad no es un disco de la frontera, sino que es un disco que cruza fronteras. Es un disco de gente que se animó a cruzar fronteras. Muchas de las cosas pasaron tras fronteras, y en todos los sentidos – no solo en la historia del disco, sino también en lo musical. El no encasillarse a un género, ni a una forma de componer… la idea es esa. El disco es el folk de la frontera, pero si lo escuchas no es el folk de una frontera estancada, sino de una frontera que tú cruzas.
–¿Y cómo es el proceso intelectual de este disco, sobre todo en relación al anterior? Porque cuando escuché “El Desencanto” me quedé con la impresión de que quien lo compuso era (antes que nada) un fundamentalista de la tristeza.
– [Risas] En realidad, los dos discos son hermanos. La mayoría de las canciones fueron compuestas en el mismo proceso. Pero había un lado mío que era más triste, y otro que era como más oscuro – y “oscuridad” y “tristeza” son cosas distintas. Entonces, yo intenté separar los temas, y primero salió “El Desencanto” que como tú dices es un disco ultra–triste. Ahora, es una tristeza de pasar raya, y de mirar para adelante. Y “El Folk De La Frontera” es precisamente un disco de esa post-tristeza, de continuar viviendo cruzando fronteras, sin olvidarte lo que pasó anteriormente, pero tratando de apuntar para otro lado. Y mirar un poco para afuera, con historias no tan personales a veces.
–¿Por qué la imagen de la frontera tiene tanta presencia en tu obra?
–La frontera aparece por varias cosas. Yo vivo en Aguas Dulces (Castillos), que está al lado del Chuy. Es una zona de frontera. Hay almacenes con productos brasileros, y la diferencia de precios es bastante grande. Y al no haber tantos cines ni música en vivo en gran escala, ir a la frontera a comprar es como una aventura de ocio para la familia. Yo me crie en eso, y también me crie mirando mucha televisión brasileña. Así que creo que hay un gran porcentaje mío (y de mi cabeza) que estaba del otro lado de la frontera. A su vez, ser del interior y venir a Montevideo a estudiar con 18 años es cruzar una frontera, y es un cambio enorme. Y en mi caso, yo también estuve en España viviendo. Mi vida siempre fue como cruzar las fronteras. Así que en el disco hay como una revisión de eso. Y también está una cuestión estética, como tarantinesca o de spaghetti-western de la frontera, o el Tex-mex. Es como un mix de muchas cosas. Continue reading